Eutanasia ¿homicidio o ayuda?
Autor: Reyes Ruiz.
“Cuando prevalece la tendencia a apreciar la vida sólo en la medida en que da placer y bienestar, el sufrimiento aparece como una amenaza insoportable, de la que es preciso liberarse a toda costa:” (S. Juan Pablo II, Evangelium vitae.)
Sentado en mi despacho, repasaba etimologías, cuando tropecé con la palabra eutanasia. Niego que eutanasia (<eu: “bien”, “buena” y thanatos: “muerte”) signifique hoy día “muerte buena”, “muerte dulce”; menos aún, como algún diccionario anota: “muerte feliz”.
Pero a los ideólogos infectos, fieles al cambio de civilización, les ocurre, también que la palabra eutanasia les parece, por gruesa, molesta, y prefieren hablar de suicidio asistido. No hay sintagma más desacertado que el de suicidio asistido, pues si es asistido no es suicidio, y si es suicidio no puede ser asistido (Aclaración: sui + cadere “darse a uno mismo la muerte”).
Lo que existe, pues, es un homicidio, por acción u omisión, consentido por la victima. Si el dolor humano sólo fuera físico, a lo peor se podría hablar de muerte sin dolor, pero tampoco, ya que con la eliminación del dolor físico, no queda eliminado el dolor mental y moral del protagonista o protagonistas de la “eutanasia”.
Y en estas andaba, cuando un profesor amigo, hace días, me comentó una prueba, preparatoria para el examen de Selectividad, que hizo a sus alumnos en clase. En el seminario de Lengua y Literatura, para tal prueba, seleccionaron un texto titulado: “la eutanasia, una solución digna para los enfermos terminales.” El texto, sacado de un periódico de tirada nacional, ya mostraba su sesgo ideologizado.
Este artículo periodístico, lo repartió el profesor a los alumnos, para que en su casa lo prepararan, y al día siguiente lo discutieran en clase, para finalizar el ejercicio con una composición escrita. Si bien se estudiaron los distintos apartados de un texto – como el gramatical, retórico, estructural y temático- el profesor dio más importancia al último.
La clase se planteó con intervenciones individuales o dialogadas profesor-alumno, alumno-alumno.
Eutanasia como ayuda
Como siempre ocurre en estos casos, el profesor inició el debate, a la espera de actuaciones voluntarias, con la siguiente pregunta: “Una vez que habéis leído y pensado la temática del texto, ¿creéis que la eutanasia es una ayuda, prestada a un enfermo, para evitarle el dolor? Como podéis observar hay tres cuestiones: 1 ¿la eutanasia es una ayuda?, 2 ¿la eutanasia es una auxilio para el enfermo?, y 3 ¿ la eutanasia es para evitar el dolor?”
De inmediato, el alumno X respondió: “ Evidentemente que es una ayuda al enfermo, ya que no sólo le quita el dolor, sino que evita, además, que el enfermo pierda su dignidad.”
El profesor replicó: “Cierto, los sanitarios están siempre para evitar el dolor, y siempre están para no matar. No obstante, el profesor deja en el aire una pregunta: ¿evitar el dolor dignifica al enfermo?”.
El alumno Y dice: “Entiendo que el dolor y la dignidad son compatibles. No obstante, si dejamos a un lado el dolor y la dignidad, pienso que lo relevante de la ayuda al enfermo, es el hecho de que es éste el que solicita libremente la ayuda.”
“No es ninguna ayuda, pues hay una intervención u omisión directa del asistente –dice el profesor-; tampoco, nadie puede ser obligado a la comisión u omisión de actuaciones, que ponen en peligro a un enfermo. Y respecto a la libertad y responsabilidad del enfermo, se ha comprobado que en la inmensa mayoría de los casos, si los pacientes se ven acompañados por sus familiares y con cuidados asistidos, rechazan la solución terminal de la eutanasia.”
Eutanasia homicidio o suicidio asistido
“¿Si la eutanasia es, como dicen muchos medios, un suicidio asistido, qué diferencia hay entre éstos y el homicidio, por parte del asistente?”-condiciona el alumno Y.
El alumno Z irrumpe en el debate, diciendo: “creo que hay que distinguir entre suicidio y, por otra parte, suicidio asistido y eutanasia. Y esto en función de los asistentes: así en el suicidio hay un solo sujeto, mientras que en la eutanasia y el susodicho suicidio asistido hay dos sujetos. Tanto en el suicidio asistido como en la eutanasia, uno de los sujetos, por acción u omisión es responsable de la muerte de una persona, y esto es homicidio; en los otros casos hay un suicida, que se quita la vida en su voluntad.”
El alumno Y, no conforme con la rotundidad de la calificación hecha por Z, afirma que “ el asistente – sanitario o no sanitario- que auxilia al enfermo no es homicida y, como mucho, se le podría calificar como cómplice de un suicidio, pues el morir depende de la voluntad del enfermo”.
“Creo –añade el profesor- que el asistente, sobre todo si es sanitario, está obligado a poner en marcha otros medios, que directamente no supongan la muerte del enfermo. Es decir, el sanitario debe emplear los medios paliativos que mejorando el dolor y el estado anímico del paciente, no supongan el fallecimiento del mismo.
De otra parte, si bien tanto en la eutanasia como en el suicidio asistido hay un homicidio “enmascarado”, como lo demuestra que ni el que ayuda al suicidio, ni el que realiza la eutanasia están penados en sus actos, frente al homicida, al que sí se le impone una pena.”
X, que lleva un rato callado, hace la última pregunta: “¿Por qué el suicidio y la eutanasia se han de entender como algo negativo, malo y perverso?
Una alumna, aparentemente distraída, a la que llamaremos Luna dice: “La eutanasia daña la vida del paciente y/o del asistente, pues éstos tienen el deber natural de “dar vida” y de “no matar”. En ello consiste la dignidad. Y añade Luna: ¿acaso Juan Pablo en los últimos días de su vida, no fue digno, llevando el dolor con la gallardía del que se sabe en el camino de la felicidad eterna?
Con esta acertada opinión de Luna, se cerró el debate.
Dado que no es el caso decir: “Caló el chapeo, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”, me atreví a decirle a mi compañero que me llevaba un sabor agridulce, pues lo alumnos parecen, no todos, juguetes rotos, que los venden por buenos recambios averiados.
La indignidad, la falta de espíritu crítico, es decir de moral, el relativismo y el materialismo de buena parte de los legisladores han dado lugar a leyes nefastas que destrozan los principios naturales impresos en el hombre.
Ciertamente con muchas “alegrías” hablamos de asuntos como el que nos ocupa y otros – aborto, ideología de género, transexualidad, etc -; y vemos al hombre perdido en el marasmo de las mil y una opiniones, que dan lugar a la desinformación global.
Necesitamos, pues, no alejarnos de la verdad que nos dicta la razón, la naturaleza y la tradición.
En fin, termino con un par de frases de mi admirado escritor Georges Bernanos que, ya en los años cincuenta, al hablar del futuro de la civilización y, por contra, de la esperanza escribía:
“La civilización totalitaria es una enfermedad del hombre desespiritualizado.”
“La civilización que engendra catástrofes reconstruye al mismo tiempo en el hombre, por el sufrimiento, esa vida interior que se creía capaz de abolir. El sufrimiento es una fuerza de redención, una verdadera sobrecreación.” (La libertad ¿para qué?, George Bernano ↓ )
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